Conversaba hace unos días
con un amigo acerca de las diferencias entre nuestra infancia y la de hoy. Recordábamos
entre risas anécdotas del barrio y alguna que otra pelea. Había un aspecto
curioso, por lo general cuando un niño tenía gafas y decidías pelearte con él,
era requisito indispensable que se las quitara. La mayoría de las veces así lo hacían,
aunque en ocasiones alguno optaba por la confrontación física con ellas
puestas. Luego, si en el fragor de la lucha estas resultaban rotas siempre había
quien gritase aquello de ¡las gafas!,
entonces y por alguna razón que todavía desconozco automáticamente cesaba el
combate. El dueño de los lentes los recogía del suelo, se las volvía a poner y emprendía
ese andar cansino de los perdedores pues posiblemente llevo más leches que su
contrincante. Esas imágenes de unas gafas rotas en el rostro siempre han provocado
una extraña sensación. Cerramos con una escena en la que aparecen un tipo de
gafas con las que fantaseábamos siendo niños (y no tan niños…), a mayores
incluye un tutorial de como desembarazarte de un tipo peligroso en apenas 2
segundos. No lo intenten en casa…
Yo de pequeña era un trasto y siempre me cargaba las gafas, llevaba unas gafas horrorosas de culo de vaso y el pueblo no tenía óptica ni yo podía ver sin ellas, así que más de una vez me tocó estar varios días con las gafas pegadas con esparadrapo
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