La experiencia y el disfrute de este circo de tres pistas me reconcilia con
la vuelta a las salas de cine. Una propuesta visual que hipnotiza con los
primeros fotogramas, una trama compleja cual Piedra de Rosetta, un despliegue de medios que asombra, un sonido
que se te mete entre pecho y espalda y que por momentos provoca la subida de
las pulsaciones emocionales, una sucesión de situaciones al límite, un reparto
que convence y un director de orquesta con amplia experiencia para este tipo de
sinfonías.
La historia es un auténtico puzzle, un laberinto sin salida aparente y que enerva a nuestro intelecto. Reconozco que a mitad de su metraje (150 minutos sin apenas respiro…) me encontraba absolutamente perdido, pero eso sí, agarrado a la butaca y con las endorfinas por las nubes.