En ocasiones sucede que
personalidades a las cuales teníamos en un altar se nos vienen abajo en cuanto
leemos unas líneas. Esta tarde disfrutaba de uno de esos deliciosos artículos de
Elvira Lindo en El País acerca de la
figura de mi admirado Frank Sinatra. Por lo que a mí respecta mi veneración hacia
el artista continua siendo la misma. Aquí dejo el artículo de Elvira, os lo
recomiendo.
Sexo,
whisky, ambición, traiciones. El hijo de Sinatra se pilló un buen rebote cuando
leyó el libro, pero lo cierto es que las palabras del de Louisiana suenan a
pura verdad. Para contrarrestar el ensordecedor ruido de esta semana decidí
refugiarme en la música. Muy aplicadamente, desde finales de 2015, ando
celebrando el centenario de Sinatra en la intimidad de mi cuarto. Podría
dedicarle este año completo, material no falta, de la inmensa biografía de
James Kaplan, Sinatra, The Chairman, a otros libros curiosos de personajes
secundarios que lo trataron y ofrecen una imagen inédita de este jefazo de la
música del siglo pasado. Hay uno que me ha cautivado, Mr. S: My Life with Frank
Sinatra, memorias escritas por George Jacobs, mayordomo del artista de 1953 al
1968. No se han publicado en España pero espero que algún editor se anime a
traducir esta colección de jugosísimos recuerdos. Jacobs era un negro judío de
Louisiana, que viajó por el mundo como cocinero en el Ejército y recaló en
California, donde en un principio hizo pequeños papeles de negro selvático en
películas de Tarzán. Sinatra lo contrató convirtiéndolo en asistente, chófer,
confidente, cocinero. El mayordomo cuenta su vida con Mr. S y, a pesar de que
este lo acabó echando de mala manera al publicarse unas fotos en las que Jacobs
aparecía bailando con la todavía mujer del cantante Mia Farrow, prevalece la
devoción que siempre sintió hacia un personaje que provoca de todo menos
simpatía. Adoramos a Sinatra, nos gusta hasta cuando canta sobre unos arreglos
melosos, amamos esa voz que aprendió a frasear las letras gracias a su maestra
Billie Holliday, pero adentrarse en su vida es reconocer a un tipo al que no
nos hubiera gustado tener como enemigo y que como amigo exigía una fidelidad
entre absorbente y conflictiva.
El
indudable encanto del libro no se reduce a lo que cuenta sino a cómo lo hace:
en boca de otro podría ser un catálogo morboso de cotilleos. Pero el mayordomo
tiene el arte de narrar y en estas páginas encontramos la crónica de aquellos
días desde un punto de vista inédito: el del criado negro. Jacobs fue
adiestrado por los padres del cantante en la cocina de los italoamericanos de
New Jersey; lidió con el autoritarismo de Sinatra, con sus años de frustración
y decadencia temprana, con la furia hacia el rey que lo destronó, Elvis
Presley. Pero se enfrentó a la costosa tarea con el convencimiento de que su
jefe era un genio. Tuvo que soportar, además, la fascinación que Mr. S (así lo
llamaba Jacobs) sentía por la mafia y el poderoso padrino Sam Giancana, algo
explicable en una estrella que nunca se desprendió de un profundo complejo
social que si bien le llevó a esforzarse para que de su acento desapareciera
todo rastro de su origen, le mantuvo fiel a los que fueron los héroes que
poblaban los sueños del niño de Hoboken: los tipos duros. Jacobs, que muestra
más finura que su jefe, se pregunta qué ve Sinatra en esos tipos peligrosos
para tratarlos con tal veneración. El poder, concluye; era el poder lo que a
Sinatra le subyugaba, y esa atracción fue la que le llevó a complacer hasta
extremos humillantes al individuo más desagradable de esta historia, Joe
Kennedy. Putero, inmoral, autoritario, racista, el patriarca de los Kennedy no
se ahorraba una broma sobre los negros o los judíos delante del sufrido George.
De manos del padre, llegó el hijo, John, al que Sinatra proveyó de putas y
celebridades, entre ellas Marilyn Monroe, y para el que hizo campaña con la
ilusión de convertirse en hombre de confianza del futuro presidente. Pero en
cuanto JFK tocó la gloria, Sinatra fue eliminado de su círculo: entendió Robert
Kennedy que la presencia del pendenciero cantante no favorecía a la imagen de
su hermano.
La
voz de Jacobs es la de un hombre que se siente afortunado por haber compartido
aquel mundo ya extinto, aunque sin pretenderlo nos ofrece algunas páginas
desoladoras. Seguramente, no era consciente al escribirlas. Todo lo que tiene
que ver con las mujeres en la vida de Sinatra provoca desagrado: las putas
compartidas, las actrices prestadas. Son muchas los mujeres célebres que
pasaron por su cama, pero nos acongoja especialmente la pobre Marilyn, siempre
manoseada, digna de compasión, entregándose al sexo para mendigar amor. Una
Marilyn en la recta final, bajo el amparo de Sinatra, que actúa como un padrino:
protector, follador samaritano, mujeriego compulsivo, frustrado siempre por no
haber sabido domesticar a la indómita Ava Gardner. Ellas están en sus manos, en
las de los integrantes del célebre Rat Pack, que se informan sobre la calidad
de las mamadas y otras artes de las chicas. Sinatra, nos cuenta el mayordomo,
llevó unos calzoncillos especiales en los Oscar para que no se apreciara la
dimensión del paquete.
Elvira
Lindo (El País 05-03-16)
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