Wanda (Vivien Leigh) es una bella joven que vive un apasionado romance con Larry (Laurence Olivier). Una noche al llegar a casa de ella sorprenden a un hombre en el interior, resulta ser el marido de Wanda, algo que Larry desconocía. Este exige una cantidad de dinero a Larry, entablan una pelea y el marido de Wanda muere de forma más o menos accidental. La joven pareja presa del pánico no sabe qué hacer, al final deciden abandonar el cadáver en un callejón. Luego Larry acude a su hermano Keith (Leslie Banks), el cual es un famoso abogado y que está a punto de obtener un puesto como juez. El hermano de Larry por miedo a perder su posición social debido al escándalo le recomienda que no vaya a la policía. Al cabo de unos días un hombre es detenido y acusado como el autor del crimen, a espera del juicio Larry se debate entre huir con su amada o acudir a la justicia.
Un jovencísimo L. Olivier y una Vivien Leigh que ya ensañaba las uñas…
La chica, el hermano calavera y el hermano casi juez…
Interesante el asunto que plantea esta peli. ¿Qué haríamos si fuésemos los autores de un crimen y ya hubiese un culpable encerrado? Aquí se nos presenta el eterno debate/dilema de la moral. Por un lado el personaje de Olivier lucha consigo mismo y duda hasta que toma una decisión, por otra parte su hermano temeroso de que su carrera se vaya al garete se comporta de manera que choca frontalmente con lo que debería ser su postura impoluta. Entretenida y con ese sabor añejo que tienen las películas británicas de los 40.
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