Allí estaba yo,
plantado ante una Olivetti eléctrica que
iba como un rayo ayudada de mis más de 300 pulsaciones por minuto. Mi trabajo consistía
en mecanografiar memorias de obra en un estudio de arquitectura, era algo
temporal que no duraría más de un par de meses y que me ocupaba las tardes. A
mi derecha un cenicero rebosaba Ducados
con la consiguiente humareda en aquella pequeña oficina lo cual provocaba un
ambiente casi irrespirable que mis jóvenes pulmones resistían sin pestañear.
Cada hoja que escribía (en cada una de ellas se detallaban detalles concernientes
a la obra y materiales) me la pagaban a 10 pesetas, dada la velocidad con la
que pulsaba aquellas teclas y lo bien que funcionaba aquella máquina de
escribir podía alcanzar un promedio de 20 a 25 folios por tarde. Aquel día era
viernes (lo recuerdo perfectamente), solía cobrar cuando remataba la semana todo
lo escrito durante la misma y esa tarde me esperaban un par de amigos en el Faros, conocido local en la calle Panamá
donde el ambiente también resultaba irrespirable esta vez debido a otro tipo de
humos. Aquel viernes antes de pasar a visitar a mis amigos hice otra visita,
acababa de salir al mercado un doble de Loquillo
y trogloditas, era un disco en directo y allá que me fui hasta LP en Doctor Cadaval. Luego de vuelta a
casa pusimos la cinta en el coche de mi amigo y debió de sonar algo parecido a
esto…
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